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miércoles, 5 de septiembre de 2007

Reseña de El vano ayer, de Isaac Rosa

Publicado en Replicante número 11

Unos versos de Antonio Machado, de su poema “El mañana efímero”, del libro Campos de Castilla: "El vano ayer engendrará un mañana / vacío y ¡por ventura! pasajero" dan título a El vano ayer (Seix Barral, 2004), la inquietante pero divertida al tiempo que indignada y dolorosa, muy lamentablemente poco difundida segunda novela del escritor español Isaac Rosa (1974). La cual resultó ganadora de varios premios en el 2005, el más importante de ellos el Rómulo Gallegos, de Venezuela, el más prestigioso de América Latina.

La concesión de éste dio lugar a una ruidosa polémica que inició el crítico venezolano Gustavo Guerrero, consejero de la editorial Gallimard, con un artículo en El País, Réquiem por un galardón, mediante el cual, al tiempo que reconocía como brillante la obra del “joven y talentoso Isaac Rosa”, cuestionaba en su composición —“un solo bloque político”— al jurado que le había premiado, implicando una premiación a Rosa por razones políticas y no literarias y en posible perjuicio de otras obras concursantes, por la pública simpatía del galardonado hacia el régimen cubano, amigo del de Hugo Chávez. Rosa publicaría una firme respuesta a Guerrero afirmando que “nadie me ha pedido cuenta de mi ‘afiliación política’, ni de mi opinión sobre Cuba, ni antes ni después de la concesión del premio”. Agregando que el venezolano desconocía y distorsionaba su posición política.

Terciaron además: por España y a favor, la escritora Belén Gopegui, denunciando un ninguneo por parte de El País al triunfo de Rosa, y el crítico Ignacio Echevarría (cuya censura en el diario ya mencionado es tristemente célebre); por Venezuela y en contra, el escritor Miguel Gomes, criticando a su vez el texto de Echevarría; por México y en contra, el crítico Christopher Domínguez, miembro del jurado del Rómulo Gallegos que en 2003 premió El desbarrancadero, de Fernando Vallejo, quién se burló de Chávez en su discurso de aceptación y donó el monto del premio a la Sociedad Protectora de Animales.

Según se quiera ver, el gesto de Vallejo fue o un “inofensivo ademán execratorio”, de acuerdo a Echevarría, o una provocación inaguantable que habría llevado a la domesticación del premio, según Guerrero. Lo cierto es que, en alguna entrevista posterior, Guerrero insiste más en la pluralidad que debe haber en el jurado del Rómulo Gallegos, que en la importancia que tengan los gestos de Fernando Vallejo para el regimen chavista o en si la ideología de Isaac Rosa le hace ganar premios a éste. Por su parte, Christopher Domínguez, en una perdida de compostura y civilidad, publicó una soflama comparable a la que en su momento lanzó contra El miedo a los animales, de Enrique Serna.

¿Pero qué hay en esta novela rodeada de tales pasiones y reacciones político-literarias? No es, en realidad, la historia de Julio Denis —un nombre en homenaje al seudónimo que utilizó el gran Julio Cortázar para publicar su primera obra, Los Reyes—: un anciano profesor de Literatura que podría haber sido o no un delator en el medio universitario madrileño de mediados de los sesentas bajo el franquismo y responsable o no de la desaparición del líder estudiantil André Sánchez, a su vez sospechoso de ser o no él mismo un delator.

Esta continua oscilación de la “anécdota”, bajo la forma de una novela en marcha en la cual el autor (en ningún momento nombrado como Isaac Rosa) muestra las interioridades del taller escritural, presentando con ironía los múltiples y trillados caminos por los que el relato puede transitar para satisfacer al lector autocomplaciente en su “antifranquismo” superficial, deja claro que lo que se narra es la construcción de la narración misma y que el verdadero protagonista es el lector. Deja claro también que Rosa huye, cual de la peste, tanto del panfleto como de la visión nostálgica o “divertida” del tardofranquismo que, denuncia, algunos han promovido.

Es mentira entonces lo afirmado por José Manuel Prieto (Letras Libres, enero de 2006) en el sentido de que la novela plantearía una falsa dicotomía de traidores y héroes. Prieto elude mencionar las múltiples y detalladas descripciones que de la tortura practicada por la policía franquista aparecen, como también aparecen los efectos de la misma en los torturados. No hay más “héroes” en El vano ayer que los falsos de la transición, que aprovecharon “un par de meses de cárcel” para poder decir después que “ellos sufrieron la represión”. Se equivoca al afirmar que la novela de Rosa es más “una suerte de reportaje del pasado, que la indagación de una condición universal”. ¿No conocerá de los debates sobre la llamada transitional justice, es decir, la acción o inacción de la justicia en los países que han pasado de regimenes dictatoriales y “autoritarios” a democráticos, con respecto a los crímenes del pasado no democrático? Eso incluye a España, Europa del Este, México, Centro y Sudamérica, África…

¿Fácil, según Prieto, desenmascarar a tanto delator o "chivato" que todavía anda por ahí? ¿Masivo el fenómeno? ¿Más dignos de conmiseración que de condena los ciudadanos (todos) de un país envilecido? Tendría que haber denunciado en su reseña a Rosa si éste miente al afirmar que, aún hoy, no se tiene acceso a los archivos de los órganos represivos de la dictadura de Franco; darse cuenta, también, de que su ejemplo del cubano del futuro enfrentando inútilmente la memoria de la dictadura castrista en realidad es una descalificación, una condena por adelantado, de la deseable futura democracia en Cuba, que ya prefigura “con males heredados e injertos de manera casi indefectible”; finalmente, tampoco debe volver a leer Conversación en la catedral si tanto le molesta que un escritor pueda criticar duramente a los ciudadanos de su país envilecido, y hasta incursionar en el envilecimiento ajeno (Vargas Llosa tiene las nacionalidades peruana y española, pero no la dominicana).

Isaac Rosa muestra convicciones firmes sobre el franquismo, pero, como escritor que vive en una época de relativismos, muerte de Dios, derrumbe de los Grandes Relatos, en la que se ha puesto en duda que exista la Verdad, solicita que entren a su obra voces que contradigan sus convicciones. Así, oye hablar a los policías que justifican su labor durante la dictadura, voces que dudo que nunca se hayan dignado dar explicaciones directas en la realidad. Así, el personaje del autor, en principio encaminado con respecto al franquismo hacia un definido “análisis del período y su consecuencias”, más adelante se vuelve formal y calma a unos ruidosos lectores empeñados en que quede aún más claro el significado del título, estropeando el disfrute de la novela y recordando lo malo pasado en lugar de valorar lo bueno presente. Así, en lugar de una invectiva panfletaria contra la represión franquista útil sólo para lavar la propia conciencia, presenta un divertido y a la vez desgarrador capítulo en donde los detenidos que entran a las oficinas policiales terminan no estando ahí, a pesar de que nunca hubieran salido: singular truco de magia de la policía franquista, que dejaba en ridículo a los magos profesionales.

El vano ayer es una variación de la conocida frase de Unamuno: podéis haber vencido, pero al final terminasteis no convenciendo. Es prueba, además, de que Machado tenía razón cuando escribió: "Más otra España nace / la España del cincel y de la maza /… / España de la rabia y de la idea".

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