Reescritura de marzo de 2013.
¿De qué acuso a Rosa Beltrán, actual directora de Literatura de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM y autora de La corte de los ilusos y Alta Infidelidad, como para atreverme a calificarla de racista, sinvergüenza y cobarde, a ella, una muy prestigiada y respetable académica (la imagen que ella ha procurado forjar) egresada de la UCLA (University of California Los Angeles) y, dicen, también literata?
Voy a ser muy directo y breve, pues percibo que muchos siguen sin entender de qué se trata.
Acuso a Rosa Beltrán de ser alguien tan perversa como para, por odio a un grupo racial minoritario residente en México, inventar, entre otras mentiras, que sus miembros se roban gatos domésticos de los mexicanos, para comérselos.
Y de ser tan cobarde como para, en razón de la corrección política prevaleciente en el medio académico en el que se desenvuelve, en lugar de asumir su racismo y lanzar ella misma la acusación en contra del grupo al que odia, inventarse que esa información se la había proporcionado un amigo —obvio: también inventado—, el cual, a su vez, no le informaba de algo que le constara personalmente, sino que —también inventado por Beltrán— lo había leído en un periódico que no identificaba.
¿Queda claro? Una escritora racista que no puede asumir públicamente su racismo en razón del discurso multicultural y políticamente correcto prevaleciente en la UNAM, en donde ha hecho carrera, aprovecha su inmerecido prestigio literario para atacar a los coreanos inventando que éstos se roban los gatos de los mexicanos para comérselos.
Esta falsa información se la atribuye como fuente a un amigo, también inventado, imaginario, ficticio, para evitar ser responsabilizada de la mentira racista que ella misma ha creado. Amigo que puede aparecer en la primera "versión" de su texto (2006) —según ella de una crónica, de "una experiencia escrita por un sujeto, desde un punto de vista", se pueden reescribir múltiples versiones— para, inexplicablemente, desaparecer el supuesto amigo en la segunda "versión" (2009) del mismo texto, que Beltrán publica con otro título en un medio diferente, aunque las dos "versiones" se refieran a la misma visita al barrio coreano.
Tan deshonesta es que la fuente de la segunda "versión" resulta ser algo que leyó "alguna vez" y que no identifica porque tendría que reconocer que la fuente es su propio texto mentiroso, en su primera "versión".
Y es que a Rosa Beltrán no le importó "desaparecer" a ese, su "amigo"*, en esa segunda "versión" más reciente de la visita al barrio coreano porque ese "amigo" anónimo nunca fue más que una creación imaginaria, al que pudo hacerle expresar ese odio racista hacia los "orientales" que Beltrán no tiene el valor de expresar por sí misma y en su propio nombre. Hubiera tenido siquiera la desfachatez de Alexandra Wallace, estudiante de la UCLA en donde Beltrán obtuvo su doctorado en Literatura Comparada. Porque Beltrán es una "Mexican Alexandra Wallace" aunque más hábil, como para inventarse amigos imaginarios y fuentes anónimas para no expresar directamente su odio racista.
Repasemos otra vez: el texto en el que se contienen esa y otras mentiras se publica en 2006 en la revista Nexos, la cual, junto con Letras Libres, es, merecida o inmerecidamente, una de las dos más influyentes revistas político-culturales de México, tan influyente que varios de sus miembros han tenido altos cargos gubernamentales, incluida la titularidad de una secretaría de Estado. La invención perversa de una racista queda validada entonces como un hecho real: los coreanos, en virtud de persistir en costumbres que en México consideramos repugnantes, se atreven incluso a robar a los gatos, las mascotas de los mexicanos. ¿Cómo dudar de ello si nos lo entera una prestigiada escritora que publica en una revista influyente?
Ella sabe que Nexos no es la revista de mayor circulación en México. Pero lo que le falta en cuanto a circulación lo compensa con influencia, prestigio entre las élites, proyección internacional. Todo ha salido perfecto. Ella ha podido lanzar su ataque contra esos despreciables coreanos, tal vez incluso influyendo a políticos encargados de temas de inmigración y seguridad pública, sin aparecer como racista. Sabe, además, que mientras centre su ataque solapado en contra de los asiáticos no tendrá problemas. Si se metiera con los negros o los indígenas entonces sí correría el riesgo de que su impostura se hiciera evidente.
Pero la escritora racista, la sinvergüenza Rosa Beltrán, comete un error: vuelve a publicar su libelo racista, ahora en 2009, pero cambiándole el título para engañar a los lectores, sus lectores (a quienes públicamente proclama amar y finge respetar pero a quienes en el fondo considera unos tontos, tan tontos como para que se les haya podido engañar haciéndoles creer que ella es una gran escritora)**, para que no se den cuenta de que se trata de un refrito. Además tiene que realizarle varios cambios a lo publicado en Nexos, pues por razones de espacio el número de caracteres debe ajustar en la columna que ahora tiene en Laberinto, suplemento cultural de Milenio Diario, uno de los periódicos mexicanos más influyentes en la actualidad.
Y entonces ocurre su peor pesadilla: la descubren.
Y a su mentira se le pueden oponer pruebas que la desmienten totalmente.
Y para colmo quien la exhibe es un mexicoasiático.
Postdata de 2013:
He actualizado la redacción de la entrada y le he agregado algunas imagenes, incluida la de Alexandra Wallace, pues Rosa Beltrán puede ser descrita como una "Mexican Alexandra Wallace".
*Tampoco le importó nada a la señora Beltrán que su mentira, la leyenda urbana que inventó, pudiera provocar una reacción violenta en contra de los coreanos, como la que se dio en Paraguay apenas el año pasado. Supongo que la hubiera considerado sólo como los Efectos secundarios...de las leyendas urbanas inventadas por racistas como ella.
**He estado tentado a escribir una reseña de la más reciente novela de Rosa Beltrán, Efectos secundarios, la cual, si soy honesto conmigo mismo y con los lectores, sería muy negativa por razones estrictamente literarias muy aparte de que, por razones públicas y obvias, Beltrán me desagrade como persona. Correría el riesgo de que se molesten conmigo quienes la han puesto por la nubes en sus reseñas, personas por otra parte muy respetables como Nicolás Alvarado, Mónica Lávin y Élmer Mendoza, quienes tienen todo el derecho de estimar a sus amistades.
Lo que me ha impedido decidirme a hacerlo es que, hasta ahora, he escrito sobre obras que he considerado puedo elogiar por su calidad literaria, que me han gustado aún si he puesto algún reparo y, sobre todo, me han proporcionado placer de lector. Eso se nota, creo yo, en mis reseñas a las novelas El vano ayer, de Isaac Rosa y El huésped, de Guadalupe Nettel. ¿Para qué escribir sobre una obra que no me da ese placer por más elogios conque los amigos de la autora la cubren? Esa ha sido mi duda.