Después de mucho, muchísimo tiempo, prácticamente lo que va del presente año, finalmente se publicó en la revista Metapolítica, en su actual número correspondiente a septiembre-octubre, mi ensayo “El conflicto de interés o el surrealismo sin poesía de la vida pública mexicana”, un tema que me parece fundamental para la verdadera democratización de México.
Escribirlo me ocupó muchos meses de investigación el año pasado pues, como lo planteo en el propio texto, el tema está prácticamente inexplorado por la comunidad académica mexicana, mayoritariamente ocupada en preguntarse una y otra vez por qué no se puede construir ciudadanía en este país y por qué los mexicanos no pueden ser como los suizos (esa es la impresión que me causan los repetitivos lamentos por televisión, semana a semana, de los integrantes de Primer Plano).
Había intentado anteriormente abordar, como un género más, la “escritura académica”, igual que si abordara un poema o un relato corto, pero es sólo hasta ahora que considero haber logrado algo que me enorgullezca. Lamentablemente en el proceso de edición alguien agregó una errata acerca del apellido de Francesco Carnelutti, el cual aparece dos veces como Carnuletti.
Aparte del orgullo que me provoca este trabajo pionero, quería comentar del mismo en el blog, a fin de dejar bien claras las cosas a todos aquellos quienes pudieran tener (o quieran difundirla deliberadamente) la equivocada impresión de que mi denuncia en contra de Rosa Beltrán es sólo producto de una obsesión mía. Esta mentira implicaría el que lo que llena y daría sentido a mi vida es el impugnar a esta señora. Si puede haber quien crea (o quiera creer) eso, entonces no puede estar más equivocado (a).
Próximamente publicaré una entrada en la que responderé a varias dudas y confusiones, las cuales he encontrado que hay respecto al “caso Beltrán” y a mí, producto de la ignorancia y el prejuicio. Y, por supuesto, para desmentir a quienes interesadamente promuevan de mí la imagen negativa de un difamador obsesionado con una “gran” (ja) escritora, a fin de justificar la censura y el ninguneo en contra mía por atreverme a enfrentar públicamente a una poderosa burócrata universitaria, cobarde y mentirosa.
Adelanto pues, por si a estas alturas no ha quedado claro, que la razón principal por la que impugno a Rosa Beltrán es porque la gente racista y deshonesta, como descubrí que es ella, me provoca desprecio y asco.
Porque no necesito conocerla (jamás he tenido contacto alguno con ella, directo u indirecto, pues tan sólo la conozco en fotografía) para burlarme de la fingida dignidad de gentuza hipócrita y simuladora con todo y un doctorado que no me impresiona, por ser una farsante quien proclama su gran amor y preocupación por los más altos valores de la cultura al tiempo que promueve el odio racial, de manera solapada y cobarde.
Fernando Iwasaki
Pasando a otro tema relacionado: comentando acerca del fin de ciclo de Fernando Iwasaki en Laberinto, lo que puedo decir públicamente es que él ya tenía sus razones propias y previas para salir del suplemento. Pero que sin duda aceleró este proceso el ir tomando conciencia del tipo de gentuza que tenía como colega columnista en la página contigua.
Fernando fue muy diplomático y rebajó sus méritos propios al tiempo que destacaba el respeto que en todo momento tuvo para los lectores del suplemento, con quienes desea volver a estar en sintonía en el futuro, para satisfacer mejor sus necesidades como lectores. Pero el problema no eran los lectores sino que estaba en otra parte.
Y es que no dejó de llamarme la atención que no expresara agradecimiento alguno, como se acostumbra en estas circunstancias, al editor del suplemento: el lacayo de Rosa Beltrán llamado José Luis Martínez.
La muerte de Lucy

Esta noticia, de la que me enteré por casualidad, y que sin duda está circulando rápidamente, es triste, pero al mismo tiempo inspiradora. Demuestra que cuando el verdadero arte, no las “altas infidelidades” de una farsante, toca la vida de alguien, esto puede llegar a darle, aún sin buscarla, esa especie de inmortalidad que es el recuerdo de quienes ni siquiera la conocieron.
Murió Lucy, la chica que, aún antes de conocerla físicamente, siempre recordaremos por sus ojos caleidoscópicos.

Resultó que John Lennon no había mentido. Que sí fue cierto que alguna vez su hijo Julian llegó a casa con el dibujo que había hecho de una compañera de la escuela llamada Lucy, en medio de un cielo con diamantes. Y ese dibujo inspiró a Lennon a escribir una canción que llegaría ser vetada por la BBC por supuestamente ser una apología de la droga de moda entonces, el LSD, como los siempre perspicaces censuradores de entonces y ahora se dieron cuenta al observar las siglas que sugería el título de la canción.
Lucy se llamaba Lucy Vodden y ahora, ya adulta, acaba de morir de lupus.
Alguna vez todos la acompañaremos a ella en el cielo con diamantes.
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